Asociación libre con "lechuguilla"
En La lección de anatomía, el cuadro de Rembrandt, los cirujanos miran a su blanco de estudio. En casa miramos a mi padre, que está tendido en la cama, a punto de recibir un pinchazo.
Las escenas son completamente distintas empezando porque mi padre está vivo y siguiendo porque ninguno de los que los que estamos en la habitación, salvo él, es médico. La asociación libre trae ese cuadro que nunca vi y, sin embargo, permanece en un recoveco del cerebro como referencia cultural apropiada.
Leí que Rembrandt lo pintó por encargo del gremio de los cirujanos del que el Dr. Nicholaes Tulp era anatomista principal, además de médico reconocido de Ámsterdam. La lección de anatomía del Dr. Nicholaes Tulp es de 1632 y la escena de la inyección pasó la semana pasada: 493 años después.
La enfermera que le aplicará la inyección de penicilina llega a las 21: ambo celeste y acento dominicano. Se llama Esther y pregunta por el paciente.
El paciente aparece en el pasillo con look piyama a rayas y la mira como diciendo vos quién sos, aunque no dice nada. Camina despacio, arrastrando la pierna porque le entró una bacteria y la hinchazón no cede. Atrás está Betty, la cuidadora salteña, que lo sigue de cerca. Le corta la carne y lo baña. Le canta tangos y lo reta. A veces le dice doctor y otras, papá.
Mi madre le recuerda a la enfermera Esther la condición de mi padre: Alzheimer.
Los que lo conocemos sabemos que es un paciente rebelde: en su sano juicio no se dejaría dar ninguna inyección. ¿Y si lo pasamos para mañana? O podemos esperar a que se duerma. Debatimos. La dominicana está acá y tiene envión. Lo vamos a hacer ahora, dice con autoridad.
Betty le da una pastilla molida, la misma de todas las noches, que lo afloja. La dominicana prepara la inyección y le aconseja a mi madre que espere en otra parte.
Mi sobrino también aparece por el pasillo. Lleva el celular en la mano y cuenta que le pidió a la IA que le consiga una nueva receta de Kladdkaka (se pronuncia gladkoka), una torta sueca de chocolate, a partir de las recetas con los mejores puntajes de la web. La IA ya le respondió.
–Ok, ahora me contás, pero vení porque necesitamos tu ayuda.
Este es el plan (lo enuncia Betty): en cinco minutos lo llevo al doctor al cuarto y lo acuesto en la cama. A él le gusta ponerse de costado. Yo le voy a leer tu nota de El Chaltén mientras él pasa las páginas de la revista. Le gusta pasar las páginas, hacerlas sonar. Ustedes dos le van a tener las piernas (nos mira a mi sobrino y a mí).
Cuando la escucho me doy cuenta de que también quisiera esperar en el balcón, pero ya es tarde: el plan está en marcha.
Recostado en su cama, mi padre pasa las páginas de la revista y cada tanto señala alguna foto. Betty le cuenta la nota en voz alta. Ahora dice Fitz Roy y ahora Laguna de Los Tres. Él la escucha atento: siempre le gustó viajar y viajó y nos llevó de viaje. Una vez, en Marruecos, me dijo que mirara a las personas a los ojos. Yo tenía 13 años y lo escuché, y el viaje tomó otra dimensión al mirar a los ojos a los otros.
Mi sobrino le sujeta las piernas a la altura de la rodilla. Se escuchan los pasos de Esther que avanza por el pasillo. La dominicana se hace un lugar entre Betty y mi sobrino. Le baja apenas el pantalón del piyama y tantea la piel. Cuando está lista alza la mano que sujeta la inyección y pronuncia una palabra: Voy.
Yo tendría que estar ahí, cuidando los pies, pero me quedo unos pasos atrás y en ese momento nos veo dentro de un cuadro, cada uno en su puesto, y recuerdo La lección de anatomía.
Mi sobrino lo sujeta fuerte, Betty habla más alto y Esther pincha. En ese preciso momento mi padre le pega a la página de la revista como si fuera un tambor. Y después sigue pasando las páginas, una vez más, desde el principio.
La escena se desarma. La única que se queda en la habitación es Betty, que lo acompañará hasta que se duerma. Avanzo por el pasillo y vuelvo a escuchar Fitz Roy y Laguna de Los Tres. ¿A dónde irá la mente cuando no piensa?
De camino a la cocina mi sobrino enumera los pasos de la versión de la torta Kladdkaka que le recomendó la IA.
–El secreto es cocinarlo poco. ¿Sabías que le dicen el brownie sueco?
Mi madre festeja que el plan funcionó. Esther se lava las manos. Está airosa por su manejo de la situación. Le dice a mi madre:
–Usté la tiene que escuchar a Betty porque ella conoce a su esposo más que usté. Ella le conoce el cuerpo y las reacciones, escúchela, ¿entendió?
Mi madre quisiera acogotarla o llorar, pero responde que sí, entendió.
Antes de escribir esto abro el cuadro de Rembrandt y lo observo con detenimiento. Me entran ganas de saber cómo se llama el cuello vaporoso que usan los cirujanos. Para esos datos me encanta la IA: cuello de lechuguilla.