Estar ahí
A veces pienso que viajo para reemplazar palabras. Antes de ir leo publicidades de ministerios de turismo: "Destino sorprendente", "Vivir experiencias sin igual", “Descubrir un paraíso”.
El superpoder para reemplazar las palabras es estar ahí. Hoy escribo sobre ese tiempo sagrado. Estoy ahí con el corazón y la cabeza. Cuando estoy ahí quiero conectarme con el lugar y con la gente del lugar. Estoy ahí para ver. Cuando estoy ahí escribo pocos mensajes y uso el celular para sacar fotos. Estoy ahí para escuchar. Cuando estoy ahí anoto, miro, pregunto, camino. Me importa tender redes con el paisaje y con los otros. Estoy ahí para tocar.
La belleza es un concepto abstracto, subjetivo, una construcción. Antes de escribir dejo esa palabra a un lado. Olvido el paraíso y a ver qué encuentro. Sé que al volver de un viaje tendré que contar un lugar sin utilizar ni hermoso ni magia ni único. Y ensayo maneras de abrir los adjetivos de las publicidades como si fueran una montaña de nueces y, en lugar de un teclado manejara un martillo como primera herramienta.
Recuerdo que al volver de Fernando de Noronha, el archipiélago brasileño que está en medio del océano Atlántico, leí notas con estos títulos: “El paraíso por dentro”, “Un paraíso para el turista”, “La isla paraíso”, “El paraíso existe”, “Lo más parecido al paraíso”, “El paraíso de Vespucio”, “El paraíso tropical”, “Un paraíso ecológico” .
Por lo menos en periodismo de viajes, el paraíso es una ventana ciega, un lugar común. [Disclaimer: a veces, el paraíso no está en el artículo de viajes y es exclusiva responsabilidad de un editor con poca imaginación.]
¿Cómo se abren los paraísos, lo único, la magia, lo maravilloso?
Para estar ahí, es necesario ponerse en movimiento. Salir de la comodidad y entrar en estado de viaje. Y cuando llego al lugar todo es estar ahí. Como en un viaje a Sudáfrica los turistas quieren ver los Big 5 –elefante, león, rinoceronte, búfalo, leopardo– mis aliados cuando viajo son los cinco sentidos, algo que en esta época hiperconectada suena retro. ¿Cuál es la banda de sonido de ese lugar? ¿Qué hierbas huelo en el campo? ¿En qué creen los que viven ahí? ¿Cuáles son las preocupaciones en ese momento? ¿De qué se ríen? ¿Qué leen? ¿Qué texturas me llaman la atención? ¿Qué comen?
La información abre el paisaje. ¿Cuánta gente vive? ¿Cómo se llama esa flor amarilla, como de terciopelo, con un botón rojo en el centro? ¿Cómo es vivir en una isla a 500 km de la costa? ¿Es cierto que solo entra cierta cantidad de turistas al año? ¿Qué tal si en lugar de un paraíso se encontraran datos sobre las mareas, los tiburones, las playas, el mar de adentro y el mar de afuera, los cangrejos, la vegetación, los isleños?
Aprendo de botánica para leer el paisaje: sé que luego puede convertirse en una capa del relato. El verde aporta oxígeno, incluso en un texto. A veces debato conmigo misma, me pregunto por qué el afán didáctico. Me respondo dos cosas: 1) conocer el territorio me acerca a la naturaleza; 2) las descripciones con observación y datos crean canales a la imaginación del lector.
Busco la voz de los otros. Voy hacia los personajes: le saco conversación a alguien que pasa, llego hasta una casa donde me contaron que hay una mujer que se llama La Petty que hace dulce de frambuesa, subo al mirador que domina el valle con un perro callejero. La pluralidad de voces enfoca la mirada, construye una voz plural. En los viajes puedo hablar con un arriero que tiene lo puesto y no mucho más y con el propietario de un manoir de dieciocho habitaciones en La Provence. La versatilidad es una virtud.
Estoy ahí con el espíritu recolector: así descubro capas, texturas y espesor. Estoy ahí con ánimo analógico. Cuando estoy ahí siento cosas, algo que la IA puede copiar, pero no atravesar. Justamente ese atravesar es lo que busco en un relato de viajes.
Hace más de un siglo Anton Chéjov escribió consejos para hacer un reportaje. Me sirven para estar ahí. Porque estar ahí es una creación, una mezcla de espontaneidad y producción. Los que siguen son mis preferidos:
Aceptar las invitaciones, saber mirar, pasear, hacerse acompañar
Cambiar de lugar
Visitar un lugar a distintas horas
Participar en las fiestas: observar los preparativos, los ritos y a
quienes participan; captar el ambiente (observar la ropa, la edad, los
rituales, los discursos, las jerarquías sociales, adivinar los
sentimientos).Curiosidad por las inscripciones: preguntarse por qué se escribe en
las paredes.
Observar las señales del pasado: preguntarse por el aspecto de los
edificios, el mobiliario de las casas y cómo la gente recuerda el
pasado.
Usar el tacto: tocar con las manos. Usar el gusto: probar la comida.
Numerar: contar, medir, pesar.
Redactar inventarios: hacer listas de objetos.
Pensar en un cuadro: imaginarse que uno está pintando un cuadro,
con detalles y colores. (ayudarse de fotografías)
Quiero estar ahí para elegir qué llevar en el neceser y para hacer la valija, una vez más. Estoy ahí para asombrarme, para borrar fronteras políticas y encontrarme con otros humanos. Estoy ahí para expandirme y crecer; para transformarme. Para captar el detalle y lo inmenso. Estoy ahí para buscar cosas auténticas. Cuando estoy ahí cosecho palabras y momentos y, al volver, los acomodo para que abran ventanas y alguien pueda imaginar la fuerza de estar ahí.
*Las pinturas pertenecen a la serie de la Torre Eiffel que hizo Robert Delaunay entre 1909 y 1928. Quizás fueron sus ejercicios para explorar las facetas de la modernidad. Los cambios de registro y paleta hablan –también– de sus propios cambios y búsquedas. Viajar es el lugar y también uno mismo en ese lugar.
Como siempre, hermoso y muy interesante lo que escribes.
Precioso!!!