¿Tangible o intangible?
Mi sobrino tiene 20 años y habla de esto: el hip hopero MF Doom, pastelería, calistenia, sus amigos virtuales y ciertos desafíos deportivos. Parece mucho, pero no es tanto y ya tocamos esos temas.
Para comunicarse propuso un juego. Aprecio la estrategia que evita el almuerzo en silencio y le sigo la corriente. Empieza a explicarlo. Me entusiasma que involucre palabras. ¿Será como el Tutti frutti o el Wordle? Dale, ¿cómo se juega?
–¿Te acordás de Tostado o Medialuna? Es parecido, pero en este juego solo podés hacer preguntas a las que se responda sí o no.
Tostado o medialuna consiste en adivinar una palabra a partir de saber si es más parecida a un tostado o a una medialuna. Ejemplos de palabras que tuve que adivinar: orégano, ventana, bala. Esta última me llevó tres horas (no corridas).
Hoy nos vemos temprano: me acompaña al taller mecánico porque lo invito un café de especialidad. El café es uno de nuestros puntos de encuentro. Después del saludo, lo primero que dice:
–Bueno, dale ¿jugamos? Así se despierta el cerebro. ¿Adivinás vos o yo?
Pienso la palabra. Listo, la tengo. Empecemos.
–¿Es tangible o intangible?
–Intangible.
–¿Es algo vivo?
–No.
–¿Es un verbo?
–No.
–¿Hay un color asociado a esa palabra?
–No.
A veces mi madre se engancha en el juego, aunque no le entusiasma. Dice que el que piensa la palabra es el rey y el que trata de adivinarla, una hormiga. Juega pero le parece absurdo. Preferiría estar jugando a la canasta.
– ¿Cómo se llama este juego? ¿Existe? ¿Quién lo inventó?–le pregunto a mi sobrino
–No tiene nombre, si querés pensale uno. Creo que lo inventaron unos amigos del Tano.
El Tano es el novio de la madre de mi sobrino. Me alegra pensar que juegan. Debe aplicar la misma estrategia de comunicación cuando está con el Tano. O quizás la trajo el Tano y mi sobrino la tomó. Pasarán horas jugando porque esto dura más que una partida de ajedrez clásica.
–¿Es algo que conseguís?
–Sí.
–¿Me viste hacerlo?
–Mmm poco.
–¿Se hace entre varios?
–Mejor solo.
–¿Estudiar?
–No, pero estás navegando bien; seguí por ahí.
–Tengo que prohibir las intangibles, hay tres millones de palabras, cuando te toque a vos te voy a hacer una que re difícil que ya pensé.
Mientras se exprime los sesos para adivinar, pone en juego la palabra en cuestión, y mientras le respondo pienso en las cosas que quisiera hablar o contarle, pero estamos en el periodo especial (adolescencia) en el que las respuestas son escuetas y los adultos, un país lejano.
Cuando habla, mi sobrino también habla de: los ejercicios de álgebra que le tomaron en el examen, un TAS en Minecraft (es Youtuber), ajedrez, Kendrick Lamar en Argentina. Pero también, ya tocamos esos temas, entonces: el juego.
A veces digo pido porque le quiero contar algo que me acordé o mostrarle que estamos pasando por Parque Centenario, donde viví muchos años, o señalar una cariátide (¿Una qué?). Me escucha rápido y espera que diga la última palabra para volver al juego.
–¿Se hace con el cuerpo?
–Con la mente.
Cuando se está haciendo largo le doy –o le pido– pistas para terminar antes. Algunos días quiero jugar y otros me siento atrapada en el juego. Como si estuviera en esas dinámicas de marketing para fomentar la interacción y el team building.
–¿Es como reflexionar?
–Cerca.
–¿Concentrarse?
–No es un verbo…
–¿Concentración?
–¡Bravo! Choque los cinco.
Lo felicito con énfasis, un poco porque la adivinó, pero más porque ¡por fin! terminamos de jugar. Quiero hablar de lo que sea, un respiro antes del próximo acertijo. También pienso, me pregunto, qué puedo aprender de su estrategia de comunicación. ¿Estamos construyendo un puente? ¿Es una gimnasia que nos acerca? No tengo demasiado tiempo de meditar porque vuelve a la carga:
–Bueno, ahora me toca a mí. Te hago la palabra difícil. ¿Estás preparada?
–Dale.
[Palabras que pusimos en juego este mes: paraguas, infinito, trapo, caballete, tanque (de agua), telgopor].
*Las pinturas son de David Hockney.